top of page

El baile como refugio y expresión

Actualizado: 30 abr

Querido lector,


Desde que tengo memoria, el baile ha sido una parte fundamental de mi vida. En mi familia, todos saben bailar. Ninguno lo hizo de manera profesional, pero, a decir verdad, ser parte de los Villada parecía venir con una regla no escrita: bailar era obligatorio. ¿Cómo podrías quedarte sentado en una fiesta o durante las celebraciones decembrinas? Simplemente, era impensable.


Mi mamá le enseñó a bailar a mi tío Sebas, y él, a su vez, me enseñó a mí. Fue casi un ritual familiar, una especie de herencia que se transmitía con cada paso de cumbia, salsa o merengue en la sala de la casa. Cuando entré a la guardería, las presentaciones de baile se convirtieron en parte de mi rutina, y en la primaria, siempre terminaba en los grupos de danza del colegio.


Hubo un tiempo en el que incluso decidí llevarlo más allá e ingresé a una academia de baile. Sin embargo, cuando me di cuenta de que no lo hacía perfecto en el primer mes, me frustré y me retiré. Esa necesidad de hacerlo todo bien desde el primer intento es una de las muchas historias que tengo con la ansiedad, pero eso es tema aparte.


En la secundaria, la historia se repetía: si había una presentación de baile, ahí estaba yo. “Calderón es la que sabe bailar”, decían mis compañeras, y aunque a veces me daba algo de vergüenza, en el fondo me encantaba.


El baile siempre ha sido mi refugio, mi forma de expresarme y de sentirme libre. Y como sigue siendo algo que amo hacer y quiero hacerlo bien, desde hace unos años tomo clases particulares. Bailar nunca ha dejado de ser parte de mí. No hablo solo de los pasos o las coreografías, sino de la sensación de libertad que llega con cada movimiento. Bailar es, en muchos sentidos, un refugio, un espacio donde el cuerpo y la mente se alinean para expresar lo que a veces las palabras no pueden. He encontrado en la danza un lugar donde el estrés se diluye, donde la felicidad se intensifica y donde cada emoción encuentra su ritmo.


Pero más allá de mi experiencia personal, el baile tiene un impacto profundo en la salud mental y emocional de quienes lo practican, sin importar el nivel o la técnica. Para hablar sobre esto, conversé con Jorge Mario García, director de Vitango Compañía de Baile, quien cuenta con más de 20 años de trayectoria en la danza. Su visión sobre el baile como terapia y método de expresión nos permite comprender mejor cómo esta disciplina puede transformar vidas.


El baile como terapia

Las artes, en general, han sido recomendadas como actividades para mejorar la salud mental, pero el baile tiene un impacto particular. Como explica Jorge Mario García, la danza no solo involucra el cuerpo, sino también la mente y las emociones: "El baile permite trabajar todo el sistema corporal. No es solo movimiento; hay que pensar en los pasos, en cómo se enlazan, en la estructura de una coreografía. Esto mantiene la mente ocupada y, al mismo tiempo, ayuda a mejorar el estado emocional de las personas."


Después de la pandemia, este impacto se hizo aún más evidente. La danza se convirtió en un refugio para muchas personas, desde niños hasta adultos mayores, ayudándolos a canalizar emociones, superar pérdidas y evitar caminos peligrosos como el consumo de sustancias. "Hemos visto casos de niños que encuentran en la danza una vía para lidiar con la separación de sus padres, o de adolescentes que, en lugar de caer en adicciones, encuentran en el baile un espacio seguro para relacionarse y crecer."


Más allá del aprendizaje técnico, la danza ha evolucionado en su enfoque. Jorge Mario destaca que antes se priorizaba la disciplina rígida y la exigencia extrema, pero hoy se busca una enseñanza más humana, basada en la motivación y el amor por el arte.


Expresión y emociones en cada estilo de baile

Cada género de danza tiene su propio lenguaje emocional. Mientras que el ballet es reconocido por su estructura y técnica documentada, la danza contemporánea permite explorar historias a través del movimiento, y los bailes latinos como la salsa o la bachata transmiten alegría y pasión.


"Cada estilo tiene su propia expresividad. El tango, por ejemplo, es más bohemio y melancólico, mientras que la salsa y la bachata son más vibrantes y festivos. Pero al final, todo depende de lo que cada persona sienta en ese momento. El mismo género de baile puede transmitir distintas emociones según el estado de ánimo de quien lo interpreta.", explicar Jorge Mario.


Para él, los bailes de salón y el tango han sido los que más lo han marcado, porque encontró en ellos una conexión especial que no halló en otros estilos. Sin embargo, reconoce que cada persona puede vivir la danza de forma diferente. "En un momento puede generarte estrés porque te preparas para una presentación importante, pero cuando subes al escenario y dejas que el cuerpo fluya, encuentras una liberación y una emoción indescriptibles."


Bailar es desnudarse emocionalmente

Bailar es más que ejecutar pasos con precisión. Es abrirse, es mostrar quién eres sin miedo, es contar una historia sin decir una sola palabra. "Para bailar, hay que animarse a desnudarse a través del movimiento."


Es entregarse por completo, dejar que el cuerpo hable su propio lenguaje y permitirse sentir sin restricciones. Bailar no es solo seguir un ritmo; es conectar con la música, con uno mismo y con quienes nos rodean. Es un acto de valentía, de vulnerabilidad y de libertad.


Desde tiempos inmemoriales, la danza ha sido una forma de identidad, resistencia y celebración. Ha narrado historias de amor y de guerra, ha sido refugio de emociones profundas y un puente entre lo terrenal y lo divino. En los rituales de las antiguas civilizaciones, en los salones de baile de la aristocracia, en las calles vibrantes de las ciudades o en los clubes nocturnos, la danza ha sido testigo de lo que significa ser humano. Y aunque los ritmos y las técnicas han cambiado con los años, la esencia sigue intacta: bailar es una necesidad tan vital como respirar.


Quizás ahí radique la magia de la danza, querido lector: en su capacidad de liberarnos, de hacernos sentir sin filtros y de recordarnos, con cada compás, que estamos vivos.


Con cariño,

Valentina C. Villada.



Comentários


bottom of page