No estás roto, estás desregulado
- Valentina C. Villada
- 15 may
- 4 Min. de lectura
Querido lector,
Una de las canciones que últimamente escucho en bucle es Messy de Lola Young, donde una parte del coro dice: "You hate it when I cry, unless it's that time of the month." (Te molesta cuando lloro, a menos que sea “esos días del mes”.)

Y es que no dejo de preguntarme cuántas de mis lágrimas, enojos o risas desbordadas son realmente “mías”, y cuántas son culpa de ese cóctel químico que habita en mi cuerpo femenino. Porque aunque a veces me siento una caricatura emocional andante, la verdad es que hay una explicación científica bastante sólida detrás de todo esto.
Las hormonas no solo regulan ciclos y procesos biológicos; también moldean, en gran medida, cómo nos sentimos y cómo reaccionamos. Estrógeno, progesterona, cortisol, dopamina… hacen su trabajo en silencio, como si fueran titiriteros invisibles. Y aunque no los veamos, los efectos están ahí: en ese ataque de llanto sin razón aparente, en la irritabilidad que no sabemos de dónde salió, o en esa alegría súbita que parece no tener sentido.
Un estudio publicado en la revista Frontiers in Neuroscience (2019) demostró cómo las fluctuaciones hormonales en el ciclo menstrual afectan la amígdala, el hipocampo y otras zonas del cerebro involucradas en la regulación emocional. Es decir, no es imaginación ni sensibilidad exagerada: nuestro cerebro literalmente reacciona de forma distinta dependiendo de la fase hormonal en la que estamos.
Pero esta conexión invisible va más allá de lo que asociamos con el síndrome premenstrual. También está presente en momentos como el enamoramiento, por ejemplo. ¿Has sentido alguna vez esa especie de euforia irracional, mariposas en el estómago y pensamientos obsesivos cuando alguien te gusta mucho? Bueno, no eres solo tú.
Durante la etapa inicial del enamoramiento, se elevan los niveles de dopamina y norepinefrina, sustancias asociadas con la recompensa, la motivación y la atención. Según un artículo publicado en The Journal of Comparative Neurology (Fisher et al., 2016), el cerebro enamorado se comporta de manera muy similar al de una persona adicta: enfocado, intensamente motivado, y con un subidón emocional que raya en lo irracional. A la par, se reduce la serotonina, lo que puede explicar por qué a veces nos obsesionamos tanto con una sola persona.
La oxitocina y la vasopresina también entran en juego, especialmente en el apego y el vínculo a largo plazo. Son esas hormonas que se liberan con el contacto físico, los abrazos, el sexo, incluso al mirar a alguien que amamos. Y sí, también se liberan cuando cargamos a un bebé o cuando nuestras mascotas nos miran con ternura.
Todo esto me parece fascinante, no solo por lo complejo que es el cuerpo, sino porque me recuerda que mucho de lo que sentimos tiene raíz en algo invisible pero real. No para justificar todo, pero sí para entenderlo mejor.
Y no, esto no es solo “cosa de mujeres”.
Aunque el ciclo hormonal femenino ha sido más estudiado y visibilizado (en parte porque sus cambios son cíclicos y más evidentes), los hombres también experimentan variaciones hormonales que influyen directamente en su estado de ánimo, su energía, su libido y su capacidad para regular emociones.
Por ejemplo, los niveles de testosterona fluctúan a lo largo del día —con un pico en la mañana y un descenso por la tarde— y también se ven afectados por factores como el estrés, la edad, la paternidad o incluso el vínculo emocional con su pareja. Un estudio publicado en Psychoneuroendocrinology (2011) encontró que los hombres que se convertían en padres presentaban una disminución natural en sus niveles de testosterona, lo cual se asocia con una mayor disposición al cuidado y la empatía.
Además, investigaciones recientes, como la publicada en Trends in Cognitive Sciences (2017), muestran que la oxitocina también tiene un rol emocional importante en los hombres, promoviendo conductas de apego, confianza y cooperación, especialmente en relaciones cercanas.
Y sí, ellos también producen cortisol en exceso cuando están bajo presión, también experimentan desequilibrios de serotonina, y también pueden caer en espirales de ansiedad o depresión vinculadas a su química interna. Solo que, culturalmente, se les ha enseñado a ignorar, callar o racionalizar lo que sienten. Como si fueran inmunes a lo que pasa dentro del cuerpo.
Tal vez por eso me parece urgente hablar de esto sin tabúes ni simplificaciones. Porque si entendemos que todos —mujeres, hombres, personas no binarias— somos sistemas complejos donde biología y emoción conviven, entonces podremos dejar de juzgarnos tanto por sentir, y empezar a preguntarnos: ¿qué necesita mi cuerpo para sentirse en equilibrio?
Hay una frase que leí alguna vez y no he olvidado:"No estás roto, estás desregulado."
Y creo que eso aplica más veces de las que imaginamos. Porque aprender esto me ha enseñado a tenerme más paciencia. A reconocer que hay días en los que necesito más espacio, más descanso, más silencio. Y que está bien. No es debilidad. Es autoconocimiento.
Así que si estás leyendo esto y te has sentido “inestable”, “raro” o “demasiado intenso” últimamente, tal vez no estás solo. Tal vez solo estás sintiendo el efecto de esa conexión invisible entre tus hormonas y tus emociones.
Y tal vez, solo tal vez, mereces un poco más de ternura contigo mismo.
Con cariño,
Valentina C. Villada.
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