A ellas, que me enseñaron a amar
- Valentina C. Villada
- 11 may
- 4 Min. de lectura
Querido lector,
Hoy es el Día de la Madre y, como cada año, me detengo a pensar en las mujeres que me han sostenido, guiado y amado desde el primer día. Mi mamá y mi abuela. Dos mujeres completamente distintas, pero igual de esenciales. Dos mujeres que han marcado mi vida con su ejemplo silencioso, su amor incondicional y su capacidad infinita de entrega.

Mi mamá se quedó embarazada de mí con apenas 21 años. Y aunque tuvo el respaldo amoroso de su familia, no recibió ningún apoyo de parte de mi padre biológico. Ella sola me sacó adelante. A mi edad actual (26 años) ya tenía una hija de cuatro, y aunque en ese momento ya trabajaba lejos —se iba a Medellín entre semana y solo nos veíamos los fines de semana—, nunca me faltó nada.
Mientras ella trabajaba sin descanso, era mi abuela quien me cuidaba, me peinaba, me ayudaba con las tareas y me organizaba los uniformes. Yo le decía “mamá” a ella, y a mi mamá le decía “mami”, y ese pequeño detalle resume bastante bien lo que ambas han sido para mí: dos madres distintas, complementarias, absolutamente entregadas.
Mi mamá no la tuvo fácil. Pero lo hizo. Lo hizo todo. Me dio lo mejor que tenía, incluso cuando eso significaba dejarse a sí misma en segundo plano. Y la admiro profundamente por eso. No sé cómo logró criarme tan joven, con tanta sabiduría, con tanto coraje, aunque tal vez todo se resuma en: fue el amor. Un amor tan grande que todavía me abriga cuando estoy lejos.
Y mi abuela… qué decir de ella. Es el ejemplo más firme de resiliencia que conozco. Hace poco más de un año perdió a su hijo menor, mi tío, que era como mi hermano. Y cinco meses antes de eso le habían detectado cáncer de pulmón. Aun así, en medio de su dolor, enfrentó quimioterapias, cirugías, inmunoterapias. Y lo logró. Hoy está libre del cáncer.
Ha visto irse a las personas más importantes de su vida y aún así se levanta cada mañana con ganas de seguir. Por nosotros. Por amor.
Queridas mamá y abuela,
Gracias. Por cada noche sin dormir. Por cada comida servida. Por cada uniforme limpio. Por cada consejo, por cada silencio que también fue apoyo. Por abrazarme incluso cuando ustedes eran las que necesitaban que las abrazaran. Gracias por enseñarme que el amor de madre no tiene medida, ni condición, ni límites.
Mami, tú amor ha sido guía, impulso y escudo. Me enseñaste a trabajar por lo que quiero, a creer en mí, a seguir adelante aunque duela. Me enseñaste a buscar lo bonito en lo difícil, a ver el mundo con esperanza.

Y, sobre todo, me enseñaste que el amor verdadero a veces se parece al silencio, al cansancio, al sacrificio. Y que, incluso así, sigue siendo el amor más puro que existe.
Gracias, mami. Por cada una de esas veces en que te pusiste en segundo lugar para darme el primero.
Gracias por elegirme. Gracias por no rendirte. Gracias por amarme tanto.
Abuela, desde que tengo memoria, tu amor ha sido un refugio. Te decía “mamá” porque eso eres: mi segunda madre, que me explicaba la vida con paciencia, con ternura, con esa sabiduría que da el tiempo y el corazón generoso.

Tú me enseñaste lo que significa estar. Estar en los detalles, en la rutina, en el día a día. Estar cuando otros no podían. Estar sin pedir nada a cambio. Estar incluso cuando tú misma estabas rota.
Has sido un ejemplo de valentía, de entereza, de generosidad. Cuando la vida te sacudió con lo más duro, cuando se llevó a Sebas, cuando te enfrentaste al cáncer, no retrocediste. Nos miraste con amor, con ganas de quedarte, y lo hiciste. Te quedaste. Por nosotros. Por amor.
Hoy estás aquí, fuerte, luminosa, con las manos todavía dispuestas a cuidar, a peinar, a enseñar. Y cada vez que te miro, me digo que si algún día llego a tener la mitad de tu fuerza, ya habré logrado mucho.
Gracias, abuela, por ser sostén. Por ser raíz. Por ser ese tipo de amor que no necesita palabras para hacerse sentir.
A las dos, gracias por hacer de la maternidad un acto de entrega diaria.
Por regalarme infancia, guía, cuidados, pero sobre todo, confianza.
Gracias por enseñarme con el ejemplo que se puede amar sin medida, incluso en medio del cansancio, de la tristeza o del dolor.
Hoy les celebro. Hoy les escribo. Hoy les abrazo desde aquí, con este pedacito de corazón convertido en palabras.
Y les prometo que voy a seguir honrando su amor en todo lo que haga.
No sé si tengo a las mejores mamás del mundo, pero sí tengo la certeza de que tengo a las mejores que la vida pudo darme. Las mías. Las que me tocaron. Las que me eligieron. Las que me amaron primero y para siempre.
A todas las madres del mundo, les deseo un feliz día. Que hoy se les reconozca, se les abrace, se les celebre.
Y mi admiración más profunda para todas esas madres cabeza de hogar que, con esfuerzo, valentía y amor, han sacado adelante a sus hijos solas. Ustedes son luz, son ejemplo, son fuerza.
Que nunca les falte amor, ni descanso, ni gratitud.
Y que siempre encuentren en sus hijos el reflejo del amor inmenso que entregaron desde el primer día.
Con cariño,
Valentina C. Villada.
Comments