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Cómo los fan-fics me guiaron a encontrar mi amor por la lectura

Actualizado: 30 abr

Querido lector,


Estoy segura que en este punto de mi vida me puedo autonombrar una excelente lectora; no solo porque disfruto de la lectura y trato de leer la mayor cantidad de libros posibles al año (para 2025 la meta es de 40 libros), sino porque he aprendido a escucharme y a elegir las historias que realmente resuenan conmigo.


A ver, mi relación con la lectura no empezó en bibliotecas ni rodeada de los grandes clásicos de la literatura. Fue algo mucho más natural (y caótico) para una niña de doce años. Me lancé al mundo de la lectura de una forma muy particular: a través de los fan-fics (novelas donde rayita, es decir, la persona que lo leía, era la protagonista y su ídolo se enamoraba de ella) de los Jonas Brothers, donde, obviamente, mi corazón siempre le pertenecía a Joe. Aquellas historias improvisadas, cargadas de sueños adolescentes, fueron mis primeras ventanas a otros mundos. Me enseñaron que no hacía falta un libro publicado para sentir que una historia podía cambiarte el día.


Oh, Dios. Las horas que pasé imaginandome que me casaba con Joe Jonas y teníamos hijos gracias a esto... de ahí, han salido libros y películas como After de Anna Todd o The Idea of you de Robinne Lee. Algunos eran mejores que otros, claro esta. ¿Qué podías esperar de adolescentes escribiendo lo que imaginaban que podría pasar si conocían a su amor platónico? Fue una buena época, poder leer algo como "¿Te parecen bien 47cm?" hizo que me enamorara de la lectura (lol).


Sin embargo, en el colegio, los libros llegaban como una obligación, impuestos por Sor Ligia —la temida profesora de Lengua Castellana—, y, para ser sincera, odiaba tener que leer por imposición.


Pero no todo fue malo. Gracias a esas tareas descubrí libros como Me dicen Sara Tomate de Jean Ure y El terror de sexto B de Yolanda Reyes. El primero cuenta la historia de Salvatore d’Amato, un chico al que sus compañeros molestan llamándolo "Sara Tomate". Mientras atraviesa esa etapa confusa que es la adolescencia, empieza a descubrir lo que siente por las chicas, a escribir poesía y a preguntarse qué significa realmente gustarle a alguien. Es una novela ligera, cómica y sin pretensiones, que habla del enamoramiento con humor y sensibilidad.


El terror de sexto B, por otro lado, nos presenta a un niño travieso y entrañable que, con mucho humor, comparte sus aventuras escolares, sus roces con los adultos y su manera tan honesta de ver el mundo. Un retrato infantil lleno de picardía que hace reír y enternece al mismo tiempo.


Estos libros, pensados para niños, me mostraron que la magia de una historia no depende de su tamaño ni de su complejidad, sino de la conexión que logra crear con quien la lee. Recuerdo cómo me emocionaba pasar página tras página, imaginando que yo misma formaba parte de esas aventuras.


En todo caso, leer siempre fue, para mí, un refugio. No era solo pasar los ojos por las líneas, era meterme en la historia, vivirla, sentir que podía ser quien quisiera ser. Cada libro se volvió una especie de hogar portátil, un espacio seguro donde podía ser valiente, curiosa, soñadora, sin que nadie me limitara.


Con el paso de los años entendí que ser un buen lector no tiene nada que ver con leerse todos los clásicos ni con tachar listas interminables de pendientes. Ser un buen lector es saber encontrar esos libros que te buscan a ti tanto como tú los buscas a ellos. Es darte permiso para abandonar un libro si no es para ti, y para releer uno entero si te cura el corazón.


También aprendí a dejar atrás la vergüenza de admitir que amo leer libros de romance. Durante mucho tiempo, sentí que debía esconderlo, como si disfrutar de estas historias me hiciera "menos lectora", como si solo los libros serios o complicados tuvieran verdadero valor. Había —y todavía hay— un prejuicio muy fuerte hacia el romance, como si lo que hablara de sentimientos, de vulnerabilidad, de amor, no fuera digno de respeto.


Por eso, durante años, cuando alguien me preguntaba qué leía, evitaba mencionar mis novelas románticas favoritas. Me escudaba detrás de algún título "importante" para sentir que estaba cumpliendo con las expectativas. Me daba miedo que pensaran que era superficial, que no sabía apreciar la "buena literatura".


Hoy miro atrás y me doy cuenta de lo absurdo que era cargar con esa vergüenza. Porque ningún libro que te conmueva, que te enseñe, que te acompañe, puede ser menos valioso. Porque leer historias de amor también es aprender sobre la vida, sobre las pérdidas, sobre la esperanza. También es atreverse a sentir, a abrir el corazón y reconocerse en las páginas de otro.


Ahora, cuando hablo de mis lecturas, lo hago con orgullo. Leo lo que me emociona, lo que me reta, lo que me hace feliz. Y sé que la mejor relación que puedo tener con los libros es una en la que no haya vergüenza, solo amor y curiosidad.


Y aunque mi historia empezó con fan-fics y aventuras escolares, hoy entiendo que cada una de esas páginas fue esencial para llegar hasta aquí: a esta versión de mí que ya no esconde lo que le gusta, que se emociona con cada historia y que sabe que, entre letras, también se escribe la vida.


Si tú también tienes una pila de libros a medio leer, o te encanta volver una y otra vez a tu historia favorita, estás en buena compañía. Leer no es una competencia, es un refugio. Y si un libro te hizo sentir, reír, llorar o pensar, entonces valió la pena.


Con cariño,

Valentina C. Villada.

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