top of page

Champagne Problems: La historia

Actualizado: 30 abr

Querido lector,


A lo largo de los años, me he sumergido de lleno en el mundo de las historias románticas. Soy una lectora empedernida, de esas que no solo se enamoran de las tramas y los personajes, sino de las palabras que quedan flotando después de leerlas. Pero, más allá de disfrutar de los libros ajenos, siempre he sentido esa chispa y necesidad de querer crear mis propias historias. ¿Por qué no imaginar qué hay más allá de las letras de una canción, darle vida a los personajes que habitan en esas melodías y, sobre todo, escribir lo que sucede antes o después de lo que el artista nos revela? Así nació esta nueva sección de mi blog: cuentos inspirados en canciones que me han marcado de alguna manera.


¿La primera? Champagne Problems de Taylor Swift (Porque, claro, no podía comenzar este viaje de otra manera que no fuera con algo de la rubia).


Así que, sin más preámbulo, les traigo la historia detrás de esa canción (según mi imaginación), un cuento de amor, decisiones difíciles y momentos de vida que no siempre se desarrollan como uno espera.

Espero que lo disfruten.


Con cariño,

Valentina C. Villada.


Todo parecía volver a estar perfecto.


Tenía 20 años y estaba a punto de terminar mi pregrado en Negocios Internacionales. Mi vida siempre había sido fácil, o al menos eso pensaba. Venía de una familia adinerada que me brindó todo lo que siempre soñé: viajes, ropa de marca, una educación de calidad, un hogar lleno de comodidades y la certeza de que todo lo que deseaba estaba al alcance de mi mano. Mi padre, un hombre brillante y amoroso, siempre fue mi pilar, y mi madre, con su tranquila sonrisa, era el equilibrio perfecto en mi vida. Había crecido rodeada de lujo, sí, pero también de amor. Todo iba sobre ruedas.


Pero el año pasado, todo cambió.

Mi padre murió.

Un infarto.

No lo vi venir. Nadie lo vio venir.

La tristeza me arrolló de una manera que jamás imaginé. La mujer fuerte que siempre había sido se desmoronó con la noticia. ¿Cómo puedes seguir cuando pierdes a la persona que te enseñó a ver el mundo de una manera tan única? Mi madre, con su calma inquebrantable, me animó a tomar terapia.

—Es el duelo, hija, debes aprender a vivir sin él, a enfrentarlo —dijo, luego de que me tuviera que llevar al hospital por un ataque de pánico.

La verdad es que no sabía cómo seguir cuando mi corazón estaba vacío, y el dolor era un peso que no podía soltar.

Fue en ese proceso cuando apareció Nicholas.

Él había sido mi vecino durante años. Siempre estuvo en mi vida, aunque de manera distante. A pesar de que mi corazón siempre había estado perdido en su sonrisa y su manera tranquila de ser, nunca creí que algo pudiera pasar entre nosotros. Era siete años mayor que yo, con una vida ya armada, un futuro prometedor.

Pero la vida tiene formas extrañas de sorprendernos. Nick se presentó pocos meses después de la muerte de mi padre. Sus padres, viejos amigos de los míos, viajaron tan pronto como pudieron y se quedaron unas semanas en el pueblo para hacernos compañía. Él los acompañó. En medio de mi dolor, comenzamos a hablar más. Al principio, solo nos veíamos en el parque cuando él paseaba a su perro, o en el supermercado, como dos almas solitarias que se cruzaban en el momento justo. Pero algo empezó a pasar. Nos entendíamos sin palabras. Nicholas fue un refugio que no sabía que necesitaba. Me apoyaba sin presionar, me daba espacio para sanar y me mostraba que había algo más en la vida más allá del dolor que me consumía.

Un año después de mi pérdida, Nick y yo estábamos saliendo. Parecía perfecto. Él era el tipo de hombre que había idealizado en mi mente, solo que, en lugar de ser una fantasía, era real. Me hacía sentir especial de una manera que nunca había experimentado. Me traía flores sin razón, me decía que todo iba a estar bien, me apoyaba en mis estudios, me hacía reír cuando menos lo esperaba. Era, en todos los sentidos, el príncipe encantado de mis sueños.

Poco después, nos mudamos a otra ciudad por su trabajo. Yo no estaba segura de seguirlo, pero también sentía que debía escapar de todo lo que me recordaba a mi padre. Vivir en ese pueblo pequeño sin él era como caminar entre sombras. Así que, por fin, acepté mudarme con él, decidí transferirme a otra universidad y empezar de nuevo.

La vida parecía comenzar de nuevo. Encontramos una casa linda, cerca de su trabajo y a 20 minutos de la universidad en coche. La decoración fue una mezcla de nuestras personalidades: minimalista, pero cálida, como un reflejo de la estabilidad que buscábamos. Al principio, todo era perfecto. Vivir juntos, empezar una nueva etapa, parecía la solución a mi dolor.

Pero entonces, algo empezó a cambiar.

No era su culpa, ni de nadie en particular. Era yo. Aunque él estaba a mi lado, algo dentro de mí seguía vacío, como si algo faltara. Y aunque el futuro parecía estar perfectamente trazado, algo me decía que tal vez lo que más temía era tenerlo todo y no estar completamente feliz.

Durante los tres meses que llevábamos viviendo juntos, me había convertido en la compañera perfecta. Elegía sus trajes para la oficina, hacía las compras, ayudaba al chef a preparar la cena para Nick, atendía a sus amigos cuando los recibíamos en casa y preparaba cenas exquisitas cada vez que sus padres y hermanos decidían hacer una visita sorpresa.

Era el papel que había asumido sin cuestionarlo, el que todos esperaban de mí: la novia perfecta, la esposa en potencia, la mujer que tenía todo bajo control.

Pero lo que nadie sabía es que cada uno de esos días se había vuelto más pesado, más agotador. Levantarme para ir a la universidad cada mañana requería una fuerza extrema que ni siquiera sabía que tenía. Todo se sentía como una batalla constante: la universidad, el hogar, las expectativas, el dolor que seguía enterrado.

En las noches, me refugiaba en el baño, donde las lágrimas no me dejaban pensar con claridad. Era la única forma de liberar el nudo en mi garganta sin que él lo notara. Poco a poco, me fui alimentando menos, hasta que mis clavículas comenzaron a sobresalir más de lo que me sentía capaz de soportar.

Pero él no lo notaba. O, quizás, fingía no verlo.

Y, entonces, decidí seguir el juego. No podía romper la imagen que había creado, la que todos esperaban ver: la mujer fuerte, la novia feliz, la pareja ideal. Después de todo, ¿qué otra opción tenía?

Así que aquel Día de Acción de Gracias, seguí interpretando mi papel. Nicholas había decidido que debíamos hacer una celebración a lo grande, con nuestra familia y amigos. Junto a su madre, preparamos todo. Contratamos a alguien para organizar el evento, y nosotros solo nos encargaríamos de tomar algunas decisiones. Todo parecía estar perfecto.

Pero no lo estaba.

Había pasado toda la noche anterior llorando y sintiéndome mal. Mi vida cada vez perdía más el sentido, y yo no sabía cómo encontrarlo.

Pero el show debía continuar.

Así que ahí estaba yo, rodeada de mi madre, mis abuelos y mis dos hermanos, los padres, hermanos y sobrinos de Nicholas, algunos amigos de la familia y nuestros propios amigos. Todos parecían tan felices, tan perfectos. Era la escena que cualquier escritor de novelas románticas desearía crear. El jardín trasero de nuestra casa estaba decorado con luces que, aunque era septiembre, convertían el aire fresco en algo cálido y acogedor. Las mesas, cubiertas con manteles blancos, estaban adornadas con centros de mesa con flores y velas que parpadeaban suavemente. Chimeneas portátiles esparcían calor para que nadie tuviera que preocuparse por el frío. Todo estaba cuidadosamente planeado, todo brillaba con una felicidad ajena a lo que realmente sentía en mi interior.

Pero, a pesar de la perfección que me rodeaba, algo dentro de mí se sentía tan distante.

Nicholas se levantó con una sonrisa amplia, como si el mundo estuviera a sus pies. Golpeó ligeramente su copa con el tenedor, lo que hizo que el murmullo de la mesa se apagara inmediatamente. Todos voltearon hacia él, y su mirada brillaba de emoción.

—Quiero agradecerles a todos por estar aquí hoy. Es un verdadero regalo tenerlos a todos reunidos, y no puedo evitar sentirme afortunado de compartir esta celebración con las personas que más quiero. No solo por tener una familia increíble, sino también por contar con amigos que me apoyan incondicionalmente. Y, por supuesto, no puedo dejar de agradecer a la persona que más me llena de gratitud… —su mirada se volvió hacia mí, llena de ternura—. No sé cómo lo hace, pero Ellen hace que cada día sea un poco más brillante. Este día no sería lo mismo sin ella, sin su apoyo constante, su amor incondicional y su capacidad de darme paz incluso en los momentos más difíciles.

La emoción se reflejaba en su voz, y todos los ojos se fijaron en mí, esperando que respondiera de la misma manera, sonriendo como si todo estuviera bien. Lo intenté, pero en ese preciso instante, sentí cómo el peso de mis pensamientos caía sobre mis hombros. Mi respiración se volvió más pesada, y mi mente se aceleró. Él tomó mi mano y, con una sonrisa que no lograba tranquilizarme, me indicó que me levantara para unirme a él.

—Elle —dijo, su voz suave pero llena de emoción—, te conozco desde hace tanto tiempo. Hemos crecido juntos, compartido risas, juegos y hasta silencios incómodos. Sé que nuestra diferencia de edad lo hizo parecer improbable en su momento, pero mira dónde estamos ahora. El destino, caprichoso y sabio, nos volvió a juntar para crear el hogar que tenemos hoy. Un hogar que, aunque aún está en construcción, es nuestro.

La forma en que me miraba, con una intensidad que me atravesaba el alma, me hizo sentir, por un momento, que todo encajaba. Pero algo dentro de mí seguía luchando, como si esa misma fuerza que lo acercaba a mí también me empujara hacia atrás.

Un murmullo suave recorrió la mesa, y todos esperaban ansiosos escuchar qué diría a continuación. Mi corazón latía con fuerza, como si estuviera esperando el momento exacto para saltar fuera de mi pecho.

—Lo que hemos vivido juntos hasta ahora es solo el principio —continuó Nicholas, sin apartar los ojos de los míos—, y me encantaría poder seguir construyendo el resto de mi vida a tu lado.

Nick se arrodilló, sacando de su chaqueta una pequeña caja.

—Te amo, Ellen. Y quiero que seas mi esposa.

El mundo pareció detenerse. Las palabras flotaron en el aire entre nosotros, pesadas, irreversibles. Mi corazón latió desbocado, como si fuera a salir disparado de mi pecho. El único sonido que podía escuchar era ese latido frenético. Mis ojos se llenaron de lágrimas y, sin poder evitarlo, comencé a abrir y cerrar la boca, como si buscara aire. Estaba en shock. ¿Me había propuesto matrimonio? ¿Por qué?

Mi mirada recorrió a las personas presentes, todas sonriendo, compartiendo la misma ilusión de lo que veían. Nick estaba allí, arrodillado frente a mí, con el anillo familiar en la mano. En ese momento, algunos camareros empezaron a repartir copas de champagne para brindar por el momento. Pero, por alguna razón, no podía sentirme parte de esa escena. No se sentía bien. Algo gritaba dentro de mí que no era lo que quería. No ahora. No de esa manera.

Nicholas apretó mi mano, tratando de devolverme al momento, de obligarme a regresar a su realidad. Miré sus ojos, pero en cuanto lo hice, me arrepentí. ¿Cómo iba a responderle?

—¿Qué? —un susurro salió de mis labios, como si no pudiera procesar lo que estaba sucediendo.

Él rió nerviosamente, pero esa risa no logró disimular la tensión en su rostro.

—Ellen Marie Parker, ¿te casarías conmigo?

—Yo… Nick…

Su mirada recorrió la sala, pero su sonrisa comenzó a desvanecerse, incapaz de mantener el mismo brillo.

—Cariño, vamos… Di que sí. Sabes que es lo que siempre hemos querido.

¿Era cierto? ¿De verdad quería casarme con él? ¿Estaba dispuesta a seguir viviendo en el mundo perfecto que él había construido, pero que ahora sentía ajeno, como si no fuera mío?

Las palabras que él esperaba escuchar no llegaban. Mi mente estaba llena de ruido, pero el único pensamiento claro era el vacío que sentía en el estómago. Miré alrededor nuevamente, pero esta vez algo cambió. Vi a mi madre sonriendo con una mezcla de orgullo y emoción. Mis hermanas, brillando por la felicidad de que todo estuviera en su lugar. Y Nick… él estaba allí, esperando una respuesta, con los ojos llenos de esperanza y amor. Todo parecía estar en el guion perfecto, pero yo no podía encontrar las palabras.

—Dime que sí, Ellen —insistió, su voz vacilante ahora, como si estuviera atrapado en la misma incertidumbre que yo. Su mirada no se apartaba de mí, pero yo me sentía distante, como si estuviera observando la escena desde fuera.

Me mordí el labio, luchando por encontrar una salida a todo esto. Porque lo amaba, eso era innegable. Pero la idea de estar con él, de vivir esa vida perfecta que él había diseñado, me daba pánico. ¿Dónde quedaba yo en todo esto? ¿Realmente estaba dispuesta a someterme a una vida en la que no me reconocía y tenía que fingir constantemente?

—Nick… —mi voz salió más baja de lo que esperaba, como si no pudiera reunir la energía para decir las palabras correctas.

Él frunció el ceño, confundido, incapaz de leer lo que sucedía en mis ojos.

—¿Qué pasa, Ellen? —su tono se tornó desesperado, como si no entendiera lo que había cambiado. Pero yo sí lo sabía. Sabía que, en ese momento, todo había cambiado.

Mi corazón latía con fuerza, pero no por amor, sino por miedo. Miedo a no ser honesta, miedo a quedarme atrapada en un compromiso que no sentía. El peso de la decisión era tan grande que apenas podía respirar. ¿Y si me arrepentía? ¿Y si no era lo que quería?

—Lo siento… no puedo —susurré, y en ese momento sentí cómo el mundo a mi alrededor se desmoronaba.

Todos quedaron en un silencio pesado, como si el aire se hubiera detenido. Solté su mano sin decir palabra y, sin pensarlo, comencé a caminar hacia la puerta. ¡Dios!, necesitaba salir de allí con urgencia. Vi a mi madre levantarse para intentar detenerme, pero comencé a correr antes de que alguien pudiera alcanzarme.

Mi respiración era agitada, mis pasos rápidos y erráticos. El aire fresco de la noche me azotó la cara cuando salí al exterior, como si tratara de arrancarme de la pesadilla que acababa de vivir. Subí al coche sin pensarlo, casi sin saber cómo llegué hasta allí. Encendí el motor y, en cuanto puse el pie en el acelerador, las luces de la ciudad comenzaron a desaparecer en el retrovisor.

Mientras las luces se iban apagando lentamente, una lágrima resbaló por mi mejilla. Mi rostro se veía reflejado en el cristal, distorsionado por la lluvia y por el dolor que aún se aferraba a mí.

Aunque sabía que había tomado la decisión correcta, algo en mí se quedó atrás, atrapado en esa noche que, de alguna manera, seguiría acompañándome por siempre.

Comments


bottom of page