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Lo que las novelas spicy no me dijeron sobre el sexo

Querido lector,


Hoy voy a retomar un poco el tema de la última entrada, "¿Te parecen bien 47 cm?", es decir, cómo la literatura ha sido parte de mi proceso de autodescubrimiento, especialmente en torno al sexo.


Primero, tengo que aclarar que soy una persona extremadamente afortunada: mi mamá fue madre joven, y eso ayudó a que nuestra relación fuera cercana. El sexo nunca fue un tabú entre nosotras. Desde pequeña me habló de métodos anticonceptivos, de los cuidados que debía tener con mi zona íntima, y de la importancia de conocer y respetar mi propio cuerpo. Eso me dio una base de confianza muy sólida. Sin embargo, hablar abiertamente sobre lo que implica el acto sexual —más allá de los cuidados básicos— no era (y sigue sin ser) algo que me sintiera cómoda abordando con ella. Y es allí donde entraron los libros (y fanfics) spicy, de dark romance y romance.


Mi relación con el tema empezó en la adolescencia, cuando empecé a leer novelas de romance que, aunque en su mayoría eran fantásticas y emocionales, también me enseñaron sobre la sexualidad desde una perspectiva idealizada. Personajes que vivían amores intensos, con escenas cargadas de pasión, parecían tenerlo todo bajo control y siempre lograban alcanzar el clímax juntos, como si fuera algo automático y natural. Estas historias me hicieron pensar que el amor y el sexo estaban inevitablemente entrelazados, y que todo siempre se resolvía con un “felices para siempre” —a veces con un poco de drama, claro.


También me dieron la idea equivocada de que el placer propio era responsabilidad de la pareja: que era esa persona la que debía esforzarse al máximo para que yo disfrutara. Ah, y que si no había amor de por medio, entonces el placer simplemente no podía existir.


Sin embargo, cuando comencé a explorar el dark romance y los libros spicy, me di cuenta de que esas historias no siempre reflejan la realidad. Las escenas de sexo en estos libros, a menudo descritas de manera muy explícita y, en ocasiones, hasta un tanto perturbadora, me hicieron cuestionar lo que había aprendido de la literatura romántica tradicional. Es fácil quedar atrapada en una fantasía, donde las relaciones, por más complejas o incluso tóxicas que sean, siguen un guion preestablecido donde todo, de alguna manera, termina funcionando.


Este tipo de libros —al igual que la pornografía— presentan un sexo coreografiado, casi teatral: cuerpos perfectos, reacciones predecibles, momentos "espontáneos" que en la vida real necesitarían una logística de producción digna de una película. Todo debe ser intenso, apasionado, perfectamente sincronizado. No hay lugar para las dudas, las risas incómodas, la torpeza natural del primer acercamiento, el consentimiento constante o las pausas necesarias. Y aunque puede ser emocionante de leer, también puede crear expectativas poco realistas de cómo deberían ser nuestras propias experiencias.


Lo que realmente aprendí con el tiempo —y que me costó asimilar— es que la literatura, aunque poderosa y hermosa, no siempre es un reflejo de la vida. Algunas de las ideas sobre el sexo que absorbí, por más que estuvieran envueltas en un lenguaje cautivador y sensual, no eran necesariamente saludables ni realistas. Muchas veces, las novelas spicy presentaban dinámicas que, en la vida real, podrían ser problemáticas o incluso peligrosas, pero que en la ficción se veían glamorosas o emocionantes. No estoy completamente segura de que disfrutaría que alguien me llamara "puta" o "perra" en la cama —o de pasar un día entero teniendo sexo sin pensar en comer, en dormir o simplemente en existir más allá de la cama.


Con el tiempo, entendí que el verdadero aprendizaje sobre el sexo no viene de lo que otros nos cuentan —en libros, películas o conversaciones—, sino de la exploración honesta de nuestros propios deseos, límites y emociones. Los libros me enseñaron sobre el deseo, la conexión emocional y la importancia de la comunicación, sí. Pero también me enseñaron que el sexo real se basa en el respeto, el consentimiento y la construcción de un espacio seguro donde el placer es compartido y no exigido.


Al final, como con todo en la vida, la clave está en encontrar el equilibrio. Los libros pueden ser un refugio, una exploración, una fantasía. Pero la verdadera educación sexual —la que nos permite tener relaciones conscientes, sanas y satisfactorias— debe construirse con información real, diálogo abierto y, sobre todo, con mucho amor propio.


Así que, si tú también creciste leyendo historias que moldearon tu idea del sexo, no tengas miedo de cuestionarlas, de desaprender y de escribir tu propia versión de lo que significa el deseo, el placer y el amor.


Con cariño,

Valentina C. Villada


 
 
 

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