Luces, recuerdos y el eco de la Navidad
- Valentina C. Villada
- 28 nov 2024
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 30 abr
Queridos lectores,
Llega la época navideña y todas las personas van adornando sus casas de acuerdo a la fecha más deseada por todos. Cuando era pequeña, mi papá se encargaba de decorar y poner tantas luces que nuestro hogar parecía más una bodega navideña que una casa. Después, cuando mi papá murió, fue mi tío Sebas quien asumió esa responsabilidad. Casi siempre lo ayudaba a armar la Navidad: poníamos el árbol por la noche mientras escuchábamos Radio Tiempo, adornábamos las puertas de las habitaciones, hacíamos algunos arreglos aquí y allá, pero lo principal era el pesebre.
En mi familia, desde hace casi dos décadas, tenemos la tradición de hacer un pesebre bíblico, es decir, uno que busca representar lo más fielmente posible lo que se narra en la Biblia. Esta costumbre comenzó con mi primo David, quien era profesor de este arte y nos enseñó a construir escenas llenas de detalles y significado.

Prepararlo era un proceso que nos tomaba días, pero lo disfrutábamos muchísimo. Cada año elegíamos una manera diferente para guiar la construcción del pesebre, pero siempre intentábamos recreábamos el desierto con palmeras hechas a mano y arena blanca, un pueblo con casas hechas en madera y yeso, pequeñas fogatas y animales. Mis tíos lideraban el proceso, acomodando cada pieza para que reflejara las escrituras. Aunque no éramos expertos al principio, poníamos todo nuestro corazón en cada rincón.
El día que terminábamos era todo un evento. Encendíamos las luces, realizábamos las tomas fotográficas, y mi abuela preparaba buñuelos y natilla para celebrar. Ahora, las cosas han cambiado. David, mi papá y mi tío Sebas ya no están con nosotros, y aunque nada es igual sin ellos, decidimos continuar con la tradición. Decorar y armar el pesebre se ha convertido en una manera de rendirles homenaje, de sentirlos cerca y de recordar los momentos que compartimos. No es lo mismo, y es cierto que la Navidad se vuelve más difícil a medida que pasa el tiempo y empiezan a faltar personas, pero hemos aprendido a seguir adelante. Honrarlos significa mantener vivos esos rituales que tanto les emocionaban, incluso si ahora las luces son menos brillantes y el pesebre menos elaborado. Cada figura que colocamos, cada luz que encendemos, lleva consigo el eco de sus risas, de sus bromas y de su amor por estas fechas.
La Navidad tiene esa magia única de unirnos, incluso cuando las ausencias pesan más que nunca. En mi familia, decorar y mantener nuestras tradiciones se ha convertido en una forma de abrazar el pasado mientras seguimos adelante. Aunque a veces es difícil y las lágrimas se mezclan con las risas, también nos recuerda que, mientras celebremos, los que ya no están vivirán en nuestros recuerdos y en cada pequeño gesto que hacemos en su honor.
Si algo he aprendido, es que la Navidad no está solo en las luces, los adornos o el pesebre, sino en las memorias que creamos y en el amor que compartimos. Espero que esta época sea para ustedes un momento de conexión, gratitud y homenaje a quienes siempre ocuparán un lugar especial en nuestros corazones.
Con cariño,
Valentina C. Villada.
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